Pensé... - Para qué coño habrá venido el melenas de la moto - Mis hijas estaban en la playa, mi mujer a por el pan y pegar la hebra y yo en el sillón del porche leyendo la prensa. Aquel era un poblacho alejado del mundo. Se encontraba entre un juncal, la marisma y un trozo de mar protegido por el peñón. Hasta allí sólo se podía llegar sorteando los baches de una carretera que era más parche que otra cosa. Por eso no me explico cómo se le ocurrió al de la moto ir al pueblo, un sitio tan a desmano.
Llegó por la mañana buscando una habitación para pasar el fin de semana. Preguntó, como es lógico en el bar y a falta de un hotel o algo que se le parezca, Antonio el camarero le envió a mi casa. Está en el camino de las huertas, algo alejada del pueblo pero es la menos birriosa de todas así que no tuvo mejor idea que mandármelo para que le alquilara la habitación de mi suegra que falleció hace ya un par de años.
Se presentó con una moto roja llena de polvo y un morral con cuatro cosas. Para colmo era extranjero. Vaya usted a saber de qué país porque a pesar de tener la mano muy larga con el culo de mis hijas tenía la lengua muy corta para hablar de sus cosas. Me parece a mí que sus cosas no eran de las que se pudieran comentar a cualquiera, sino, que iba a hacer un tipo así donde Cristo dio las tres voces buscando
alojamiento.
De cualquier forma unas perras extra nunca vienen mal así que se quedó aquel fin de semana... Bueno aquel fin de semana y algún otro antes de marcharse definitivamente. Pero no perdió el tiempo, no, esa misma noche después de cenar montó en la moto a Josefina, mi chica mayor y a la plaza que se fueron, al baile. Al día siguiente, muy temprano por la mañana los encontré dormidos en la la playa. No quise despertarlos pero Harlie, mi pastor alemán no tuvo problemas en echarles encima toda la arena que pudo. Josefina que adora a Harlie se despertó de buen humor y aprovechó para darse un chapuzón en el mar. Al melenudo de la moto no le hizo tanta gracia. Pero ¡qué coño! si había pagado la habitación ¿por qué había pasado la noche fuera de casa? Y además chupeteando a Josefina. ¡Que se joda!
Llegado el lunes yo esperaba que abonase el alquiler de la habitación y se marchara con viento fresco. Pero no era eso lo que el joven melenudo había planeado. Al parecer también le apetecía chupetear a Martita, la mediana. Hasta ahí podíamos llegar, menudo disgusto se llevó el fin de semana su madre por lo de Josefina, como para dejar suelto al melenudo y que además se beneficiase a Martita. Y es que las niñas hacía ya tiempo que venían sufriendo los picores de la edad. Con la excusa de que el melenudo pensaba prolongar su estancia decidí llevarle a que viera las tierras de mi familia. No es que yo las trabaje, tengo desde muy niño cierta propensión a huir del trabajo, sobre todo si es físico. Pero son de mi familia y ellos se encargan de repartir puntualmente los beneficios del arrendamiento del arrozal y del coto de caza. Así que aunque no las trabaje me dan de comer y alguna cosa más.
Al melenas le gustó aquello del campo. Debía ser un chico de ciudad porque puso los ojos como platos cuando bajamos del coche y vio la extensión encharcada donde se cultiva el arroz. O quizá no. A lo mejor puso esa cara porque saqué del maletero el rifle de cazar venados, lo cargué y se lo puse delante de las narices. Si, quizá fue eso. Y así fue cómo le enseñe el arrozal que me daba de comer y algo más.
Apenas tuve que preguntarle para que me contara de cabo a rabo su noche con Josefina en el baile. También me explicó, algo atropelladamente, lo serio de sus intenciones con Martita. He de confesar que casi me convence pero al final me puse serio.
Un par de semanas después de aquello, mientras volvía en el autobús de línea de aprobar el examen de conducir motos, pensé... - Para qué coño habrá venido el melenas de la moto –
Llegó por la mañana buscando una habitación para pasar el fin de semana. Preguntó, como es lógico en el bar y a falta de un hotel o algo que se le parezca, Antonio el camarero le envió a mi casa. Está en el camino de las huertas, algo alejada del pueblo pero es la menos birriosa de todas así que no tuvo mejor idea que mandármelo para que le alquilara la habitación de mi suegra que falleció hace ya un par de años.
Se presentó con una moto roja llena de polvo y un morral con cuatro cosas. Para colmo era extranjero. Vaya usted a saber de qué país porque a pesar de tener la mano muy larga con el culo de mis hijas tenía la lengua muy corta para hablar de sus cosas. Me parece a mí que sus cosas no eran de las que se pudieran comentar a cualquiera, sino, que iba a hacer un tipo así donde Cristo dio las tres voces buscando
alojamiento.
De cualquier forma unas perras extra nunca vienen mal así que se quedó aquel fin de semana... Bueno aquel fin de semana y algún otro antes de marcharse definitivamente. Pero no perdió el tiempo, no, esa misma noche después de cenar montó en la moto a Josefina, mi chica mayor y a la plaza que se fueron, al baile. Al día siguiente, muy temprano por la mañana los encontré dormidos en la la playa. No quise despertarlos pero Harlie, mi pastor alemán no tuvo problemas en echarles encima toda la arena que pudo. Josefina que adora a Harlie se despertó de buen humor y aprovechó para darse un chapuzón en el mar. Al melenudo de la moto no le hizo tanta gracia. Pero ¡qué coño! si había pagado la habitación ¿por qué había pasado la noche fuera de casa? Y además chupeteando a Josefina. ¡Que se joda!
Llegado el lunes yo esperaba que abonase el alquiler de la habitación y se marchara con viento fresco. Pero no era eso lo que el joven melenudo había planeado. Al parecer también le apetecía chupetear a Martita, la mediana. Hasta ahí podíamos llegar, menudo disgusto se llevó el fin de semana su madre por lo de Josefina, como para dejar suelto al melenudo y que además se beneficiase a Martita. Y es que las niñas hacía ya tiempo que venían sufriendo los picores de la edad. Con la excusa de que el melenudo pensaba prolongar su estancia decidí llevarle a que viera las tierras de mi familia. No es que yo las trabaje, tengo desde muy niño cierta propensión a huir del trabajo, sobre todo si es físico. Pero son de mi familia y ellos se encargan de repartir puntualmente los beneficios del arrendamiento del arrozal y del coto de caza. Así que aunque no las trabaje me dan de comer y alguna cosa más.
Al melenas le gustó aquello del campo. Debía ser un chico de ciudad porque puso los ojos como platos cuando bajamos del coche y vio la extensión encharcada donde se cultiva el arroz. O quizá no. A lo mejor puso esa cara porque saqué del maletero el rifle de cazar venados, lo cargué y se lo puse delante de las narices. Si, quizá fue eso. Y así fue cómo le enseñe el arrozal que me daba de comer y algo más.
Apenas tuve que preguntarle para que me contara de cabo a rabo su noche con Josefina en el baile. También me explicó, algo atropelladamente, lo serio de sus intenciones con Martita. He de confesar que casi me convence pero al final me puse serio.
Un par de semanas después de aquello, mientras volvía en el autobús de línea de aprobar el examen de conducir motos, pensé... - Para qué coño habrá venido el melenas de la moto –