De amor y de calle...

Debemos dar las gracias a Roberto Iniesta, componente de Extremoduro, por ofrecernos tantos ratos de disfrute con sus letras. Ahí van un par que son de las que más nos gustan.

Amor Castúo
Paso las horas sin comer,
pinto la vida sin papel,
vuelo en el aire sin motor.

Primero rompo el corazón,
de un mundo que no puedes ver.

luego me vuelvo a mi rincón
encerrado en mi habitación,
creo que ya salgo
me cargué de un cabezazo la pared.
Me levanté hasta los huevos de vivir
te vi pasar y ahora ya vuelvo a sonreír.
Pasar querría el día junto a ti
Hoy me soñé al despertar que te follaba sin parar
siempre lo mismo y desperté,
ya no me vuelvo a masturbar.
Y así me paso el día entero, o estoy mejor que bien
y tengo el mundo entero a mis pies.
O tengo dentro mil infiernos,
y se me cae la piel a cachos,
y a veces pierdo
y a veces pierdo la razón.
Me levanté, hasta los huevos....


Ni Príncipe ni princesas
Arrancada, pobre flor,
sólo buscaba algo mejor.
desgarrada,
sin amor,
nunca vendió su corazón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
engañados,
no sé por qué,
yo me lo creo y tú también.
qué bonito,
qué ilusión,
cómo me duele este ulcerón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
mis ventanas muros son:
ni tengo puertas ni balcón.
no te pares a oír mi voz,
voy derechito a un paredón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.

Dos extraños

Era un día de esos de finales de otoño. El cielo, de color gris plomizo, estaba encapotado. La poca luz que conseguía abrirse paso entre las nubes apenas arrancaba alguna sombra. Por la calle se veían hombres enfundados en abrigos grises y con paraguas negros en la mano. Los hombros encogidos por el frío y el paso rápido. Las mujeres no daban el toque de color que suelen dar en primavera con los vestidos cortos y coloridos, no, iban y venían con prisa. Saltaban los charcos dando pequeños saltitos, algo acrobáticos debido a los zapatos de tacón que estaban tan de moda.


Llego a casa y la encontró enfrascada en algún quehacer en la cocina. - Hola cariño - Nada, ninguna respuesta. Se daba cuenta de que seguía llamándola cariño por la fuerza de la costumbre. Llamarla por su nombre le habría resultado extraño. Se dirigió a su cuarto, donde ya sólo compartían cama dos extraños. Tomó la maleta en la que había guardado algunas cosas, las imprescindibles y salió por la puerta. - Adiós cariño, suerte... - Nada, ninguna respuesta.

Ya en la calle, caminando hacia otro destino, se dio cuenta de que muy lejos, donde apenas llegaba la vista, entre las nubes. Un pequeñísimo rayo de luz comenzó a iluminar las hojas que se llevaba el viento.