El final de Alisa.



Acababa de nevar. Un manto de impoluta blancura reflejaba los primeros rayos del amanecer. En aquel momento nadie esperaba la terrible pesadilla que estaba apunto de desatarse. Como cada mañana en Alisa la gente comenzaba el día perezosamente. Poco a poco las camas se desocupaban, las cocinas se calentaban, las ventanas se abrían. En fin, una mañana de invierno como otra cualquiera.

Los primeros en salir de casa eran los hombres. La mayoría eran campesinos dedicados a su tierra. Durante el invierno los días eran cortos y necesitaban aprovechar cada rayo de luz. Entre bostezos y guiando a los animales cada uno se dirigía a sus quehaceres. Una vez que los hombres habían marchado, las calles de Alisa volvían a la tranquilidad. No así las casas, pues las madres daban el desayuno a los niños que a duras penas aguantaban sentados delante del plato. La perspectiva de un día soleado tras la nevada nocturna tiraba de ellos con más fuerza de lo que eran capaces de aguantar.

Hacía dos meses que la escuela de Alisa estaba cerrada. Aquel año no pudieron contratar un maestro. Poca gente estaba dispuesta a pasar un invierno entero en aquel sitio perdido de la mano de Dios. Así que los niños casi con la comida en la boca salían corriendo de sus casas para pasar un día entero de juego. Las calles entonces se convertían en un ruidoso patio tomado por un buen número de críos. Se escuchaban gritos, se veían carreras, las bolas de nieve volaban de un lado a otro. Cuando unos se cansaban otros que empezaban. No se puede decir que Alisa fuera un sitio tranquilo aquel invierno.

Mientras sus hijos estaban fuera las madres se dedicaban a las tareas hogareñas. No había lujos en las casas así que a media mañana, sin mucho que hacer, las mujeres se reunían en la iglesia. Éste era el único sitio lo bastante grande como para albergar a un grupo de gente. Allí dejarían pasar el tiempo hasta el anochecer, cuando sus maridos regresaban del trabajo y los niños entraban en las casas pidiendo la cena.

Pero aquella mañana algo sorprendió a la gente de Alisa. A media mañana pudieron oír el resonar de mil cascos de caballo. Por todo el valle vieron cómo se desmoronaban las cumbres. Cientos de aludes corrieron de repente por las laderas más altas. Tal era el ruido que producían aquellos caballos en su galopada. Las madres salieron a la calle. Corrieron asustadas hacia sus casas mientras llamaban a voces a sus hijos. El galopar de aquellos caballos hacía retumbar el suelo. Los vecinos sentían cada vez con más fuerza la cercanía de aquello que se les venía encima. Algunos niños aparecieron, otros no. Era común que los chavales se adentraran en el bosque cercano a Alisa. Desde allí no podían oír la llamada de sus madres.

Antes de alcanzar sus casas el primer caballo entró en el pueblo. Un caballo de color marrón oscuro que se confundía con el negro. Con espuma en la boca y sudor que empapaba su lomo y sus cuartos. Lo montaba un hombre de pelo largo y grasiento. Vestía pieles a medio curtir y en la cintura, colgando, una espada de gran tamaño. La espada estaba manchada de sangre fresca mezclada con sangre seca. En los ojos tenía reflejada la locura de haber pasado meses en la batalla. Pero lo peor de todo estaba en su mano. Fuertemente agarrada por el pelo colgaba la cabeza cortada de uno de los hombres del pueblo. De su cuello todavía goteaba la sangre. Su expresión, entre miedo y sorpresa dejaba ver por la comisura su lengua amoratada.

Tras este jinete aparecieron unos doce más. Todos ellos, grandes como gigantes, montaban caballos de batalla igual de bestiales que el primero. Las mujeres quedaron petrificadas por el pánico, los niños se escondían detrás de éstas. A una orden del que parecía ser el jefe los jinetes rodearon el pueblo y fueron cerrando el cerco hasta reunir a todos en la plaza frente a la iglesia. Desmontaron y sin mediar palabra fueron degollando metódicamente a todos los niños reunidos allí.

Las madres en formación observaban histéricas el asesinato. Muchas saltaron la formación para intentar sacar de allí a sus hijos pero eran brutalmente devueltas a la fila. Una vez terminada la función, porque así lo llamaban los asesinos, dispusieron a las mujeres en grupos. Los hombres, por parejas, llevaron a los grupos de mujeres dentro de las casas. Allí se divirtieron con ellas, vaciaron las despensas y acabaron con la bebida. A medida que terminaron salieron a la plaza. Una vez estuvieron todos fuera montaron sus caballos y salieron del pueblo al galope. Nunca más volvieron a Alisa.

Al llegar el verano, cuando la nieve despejó los caminos, llegaron los primero mercaderes al pueblo. Cada año por estas fechas acudían algunos carros cargados de víveres, herramientas y ropa necesarios para la vida cotidiana. A cambio se llevaban los productos de la tierra de Alisa junto con las piezas de artesanía típicas de allí. Encontraron un túmulo de carne putrefacta frente a la iglesia. De las casas únicamente salía el hedor de la muerte. Nunca más volvieron a Alisa.

2 comentarios:

  1. Buen vuelco a mitad del relato. No lo esperaba.

    Pero, ¿qué fue del cura? ¿También le violaron?

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  2. lo mismo que con el maestro, ni dios quiere estar allí más de un rato. Y claro con los caminos cortados todo el invierno.........

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