A mi nadie me dijo que estos dos iban a ser así. Vaya par, uno ha vivido cómo huyendo, siempre hacia delante. El otro no, el otro nunca ha tenido sangre en las venas. En el pueblo no ha habido familia que haya gastado más dinero en indemnizaciones ni en viajes al extranjero que nosotros y al final ni el uno aprendía a controlarse ni el otro espabilaba. Así que al final decidimos dejarlos a su aire. Para entonces nosotros ya no volveríamos a cumplir los 60 años.
Fue un momento de placer supremo. Yo había regentado la única farmacia que había en los pueblos de la zona. La verdad es que no me puedo quejar. Y no es una frase al estilo cubano, es que de verdad no me puedo quejar. He ganado buen dinero, siempre he querido a mi mujer y ella todavía me corresponde y he tenido dos hijos que a pesar de haberme costado disgustos y dinero (infinitos los unos y manantiales el otro) son lo que más quiero. Pero al final decidimos dejarlos a su aire. Como dije antes fue un momento de placer supremo.
Veía muy cerca el momento de dejar de trabajar sin esas dos sanguijuelas en casa. Mi mujer a su vez hasta empezó a cuidarse y el resultado fue inmejorable. La última vez que la encontré así de guapa fue hace por lo menos hace veinte años. Y es que quitarse de encima la responsabilidad de cargar con esos dos es quitarse un peso de encima, alivia el bolsillo, mejora la salud y sobre todo se acaban las preocupaciones. Que cada palo aguante su vela.
Fue un día de invierno. Da igual el año porque puedo asegurar que fue tarde, muy tarde aunque al final llegó el momento. En la mesa a la hora de comer, los cuatro, antes de que empezaran a devorar (porque el hambre nunca lo perdieron) y cayeran inconscientes en una siesta interminable. Les comunicamos la decisión que habíamos tomado. A partir de esa comida se podían dar por emancipados, les gustara o no.
El uno no dijo nada, subió a su cuarto metió cuatro cosas en un mochilón que usaba para ir al campo con una novia montañera que se echó cuando era joven y salió por la puerta en estado de “shock”. No supimos de el durante un par años y es que al final nos salió algo rencoroso.
El otro se echó a llorar. Un tío como un castillo de grande llorando a moco tendido con la cara llena de churretes. Mi mujer estuvo a punto de echarse para atrás pero le enseñé la libreta donde llevábamos apuntados los gastos de viajes “espavilantes” y se le quitaron las dudas en un periquete.
En fin, los polluelos levantaron el vuelo. Bien es verdad que un vuelo titubeante, obligado, y corto porque pasaron cerca de un mes durmiendo en el portalón de casa. El tiempo que tardaron en convencerse de que íbamos en serio. Yo creo que lo que les animó a marcharse fue ver volar sus cosas por la ventana y que llegó un camión de mudanzas con los muebles para un cuarto de costura y un despacho. Oficialmente habíamos recuperado la casa para nosotros.
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