Palabra de borracho

- Nunca jamás digas "te lo advertí" si no quieres morir a manos de un borracho -. Eso fue lo que aquel cabrón me dijo la noche que lo encontré sentado sobre su vómito entre dos coches. Hacía tres años que no sabía de su vida y la verdad, hubiera sido mejor no volver a encontrarlo. Si no lo hubiera visto aquella noche no me vería ahora con la vida destrozada sentado sobre mi vómito entre dos coches.

Dame un pitillo

Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un pitillo Dame un 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Dame un pitillo Dame un pitillo.

Sólo pasa un coche.



                Hola me llamo Cata, de niña siempre había vivido en aquel pueblo de mierda. Un secarral en medio de la nada. Las calles del pueblo eran de tierra, piedras y baches. Jugábamos al fútbol en la carretera porque era el único sitio donde no corríamos peligro de quebrarnos un tobillo. Se decía que sólo pasaba un coche al día. No sé si eso era cierto pero nos advertían que tuviéramos mucho cuidado por si nos atropellaba. Yo pensaba que sería muy mala suerte que el único coche que pasaba al día fuera a atropellar a alguien. Pues ocurrió, una tarde de verano, de esas tardes eternas en que parece que nunca va a anochecer. Don Severo apareció con su flamante Mercedes y se llevó por delante al pobre de Josete. Todos los críos pudimos ver como salió el coche de don Severo de detrás de la curva, a toda velocidad. Un instante después Josete volaba al menos diez o doce metros por encima de nosotros. Aterrizó entre unas zarzas muy cerca de la cuneta. El brazo derecho parecía que tenía dos codos, la mitad de la cabeza había desaparecido al golpear contra el hito del kilómetro 136 de la carretera de mierda que pasaba por el pueblo de mierda y que parecía no llevar a ninguna parte. Nos miraba con una expresión que aún hoy me pone los pelos de punta cuando lo recuerdo.  Pobre Josete, desde entonces nunca más nos permitieron volver a jugar en la carretera. Y ya no hubo más fútbol, claro que no había ningún genio del balón en el pueblo. El mundo del deporte no perdió nada.


A don Severo no le pasó nada porque era el alcalde y los padres de Josete unos desgraciados. Además dijo que lo tenía bien merecido porque la carretera no es sitio para que estén los niños y que ya sabíamos que por allí pasaba un coche al día. El día del entierro don Severo no apareció, bueno no apareció ese día ni toda la semana siguiente. Dijo que tenía unas cuentas que arreglar y que estaría fuera unos días. Yo creo que lo que tenía era miedo de que el padre de Josete saliera con la escopeta y se liara a tiros con él con su mujer, que sólo hablaba con la mujer del sargento y el cura y con el tonto de su sobrino que era tísico y le habían mandado que pasara el verano en el pueblo. Pero el padre de Josete no estaba para tiros, el día siguiente al entierro apareció colgando del puente con una cuerda que el mismo se ató al cuello. La madre se volvió loca y tuvieron que llevarla a vivir con las monjas.


Eso es lo único que puedo recordar que pasara en aquel pueblo de mierda. Ni antes de aquella tarde, ni después, ni nunca. Sólo que una vez al día pasaba un coche por la carretera que atravesaba el pueblo.


Al final se fueron

A mi nadie me dijo que estos dos iban a ser así. Vaya par, uno ha vivido cómo huyendo, siempre hacia delante. El otro no, el otro nunca ha tenido sangre en las venas. En el pueblo no ha habido familia que haya gastado más dinero en indemnizaciones ni en viajes al extranjero que nosotros y al final ni el uno aprendía a controlarse ni el otro espabilaba. Así que al final decidimos dejarlos a su aire. Para entonces nosotros ya no volveríamos a cumplir los 60 años.

Fue un momento de placer supremo. Yo había regentado la única farmacia que había en los pueblos de la zona. La verdad es que no me puedo quejar. Y no es una frase al estilo cubano, es que de verdad no me puedo quejar. He ganado buen dinero, siempre he querido a mi mujer y ella todavía me corresponde y he tenido dos hijos que a pesar de haberme costado disgustos y dinero (infinitos los unos y manantiales el otro) son lo que más quiero. Pero al final decidimos dejarlos a su aire. Como dije antes fue un momento de placer supremo.

Veía muy cerca el momento de dejar de trabajar sin esas dos sanguijuelas en casa. Mi mujer a su vez hasta empezó a cuidarse y el resultado fue inmejorable. La última vez que la encontré así de guapa fue hace por lo menos hace veinte años. Y es que quitarse de encima la responsabilidad de cargar con esos dos es quitarse un peso de encima, alivia el bolsillo, mejora la salud y sobre todo se acaban las preocupaciones. Que cada palo aguante su vela.

Fue un día de invierno. Da igual el año porque puedo asegurar que fue tarde, muy tarde aunque al final llegó el momento. En la mesa a la hora de comer, los cuatro, antes de que empezaran a devorar (porque el hambre nunca lo perdieron) y cayeran inconscientes en una siesta interminable. Les comunicamos la decisión que habíamos tomado. A partir de esa comida se podían dar por emancipados, les gustara o no.

El uno no dijo nada, subió a su cuarto metió cuatro cosas en un mochilón que usaba para ir al campo con una novia montañera que se echó cuando era joven y salió por la puerta en estado de “shock”. No supimos de el durante un par años y es que al final nos salió algo rencoroso.

El otro se echó a llorar. Un tío como un castillo de grande llorando a moco tendido con la cara llena de churretes. Mi mujer estuvo a punto de echarse para atrás pero le enseñé la libreta donde llevábamos apuntados los gastos de viajes “espavilantes” y se le quitaron las dudas en un periquete.

En fin, los polluelos levantaron el vuelo. Bien es verdad que un vuelo titubeante, obligado, y corto porque pasaron cerca de un mes durmiendo en el portalón de casa. El tiempo que tardaron en convencerse de que íbamos en serio. Yo creo que lo que les animó a marcharse fue ver volar sus cosas por la ventana y que llegó un camión de mudanzas con los muebles para un cuarto de costura y un despacho. Oficialmente habíamos recuperado la casa para nosotros.

Desde lejos

      Desde lejos, así es como ven las cosas los que están de vuelta de todo. Y claro, no se enteran de nada o de casi nada. Yo que soy corto de vista prefiero ver las cosas de cerca, oler la sangre del toro cuando pasa, esperar en el balcón a que se vaya el marido y cerrar el bar sin pensar en la resaca. Esto me ha traído algún que otro inconveniente, no sólo el tener que llevar gafas, condición necesaria de cualquier miope, también me he granjeado la antipatía de algún que otro toro, marido incluso un oftalmólogo de Gijón que vio con cierto recelo como salía corriendo de su establecimiento dejando a deber unas gafas de pasta que me quedaban estupendamente. Y es que la fortuna me ha sido esquiva desde la más tierna infancia. 


         Tuve mi primer trabajo remunerado a los nueve años. No es que el patrón me pagara pero al poco tiempo de prestar mis servicios en aquella empresa descubrí un agujero en el proceso productivo que no tardé en aprovechar. Básicamente lo que hacía era desviar parte de los fondos destinados a San Sendín hacia una costura descosida de mi vestido de monaguillo. En mi casa éramos pobres y hacer de monaguillo me valía, al menos el desayuno dominical y por qué no decirlo, unas perrillas que me iban la mar de bien. La cosa acabó de manera más bien repentina un domingo de verano de esos en que desde muy temprano el sol se mostraba inclemente. 


         Pues bien, aquella mañana además de calurosa también se mostró infortunada para mí. De camino a la parroquia de San Sendín unos chicos del pueblo vecino tuvieron a bien cobrarse el uso y disfrute de una bicicleta que por esas cosas que ocurren acabó en el fondo del río que separa los dos términos municipales. Ni la firme promesa de abonar el gasto ni mis intentos de aclarar el suceso como gente civilizada evitaron al final que fuera yo el que cobrara. El resultado fue la prohibición expresa de no volver a pisar el pueblo vecino y que mis gafas acabaron esparcidas sin remedio por buena parte del pueblo, sin mencionar el dolor que tuve en todo el cuerpo durante dos o tres semanas. De esa manera cumplí mi obligación de monaguillo sin gafas y sin prestar demasiada atención a la misa, no tenía yo el cuerpo para liturgias. Eso si, al terminar la misa y con el cepillo debidamente pasado me dirigí a la sacristía como cada domingo para hacer el trasvase de fondos hacia la famosa costura descosida de mi vestido de monaguillo. Y allí me encontraba yo, ocupado en el cobro de mis servicios acompañado de la imagen de San Sendín. Una talla de vaya usted a saber que siglo que resultó ser el párroco vestido para oficiar un funeral que tenía encargado la madre de Severino, un chaval raquítico que aparte de huérfano de padre era hijo único y blanco de numerosas bromas de mal gusto por parte de los chicos pueblo. Sin gafas y con las prisas no caí en que la sacristía no había ninguna talla ni nada de nada, tengo mala vista y escasa memoria.


El de la moto


      
Pensé... - Para qué coño habrá venido el melenas de la moto - Mis hijas estaban en la playa, mi mujer a por el pan y pegar la hebra y yo en el sillón del porche leyendo la prensa. Aquel era un poblacho alejado del mundo. Se encontraba entre un juncal, la marisma y un trozo de mar protegido por el peñón. Hasta allí sólo se podía llegar sorteando los baches de una carretera que era más parche que otra cosa. Por eso no me explico cómo se le ocurrió al de la moto ir al pueblo, un sitio tan a desmano.

Llegó por la mañana buscando una habitación para pasar el fin de semana. Preguntó, como es lógico en el bar y a falta de un hotel o algo que se le parezca, Antonio el camarero le envió a mi casa. Está en el camino de las huertas, algo alejada del pueblo pero es la menos birriosa de todas así que no tuvo mejor idea que mandármelo para que le alquilara la habitación de mi suegra que falleció hace ya un par de años.

Se presentó con una moto roja llena de polvo y un morral con cuatro cosas. Para colmo era extranjero. Vaya usted a saber de qué país porque a pesar de tener la mano muy larga con el culo de mis hijas tenía la lengua muy corta para hablar de sus cosas. Me parece a mí que sus cosas no eran de las que se pudieran comentar a cualquiera, sino, que iba a hacer un tipo así donde Cristo dio las tres voces buscando
alojamiento.

De cualquier forma unas perras extra nunca vienen mal así que se quedó aquel fin de semana... Bueno aquel fin de semana y algún otro antes de marcharse definitivamente. Pero no perdió el tiempo, no, esa misma noche después de cenar montó en la moto a Josefina, mi chica mayor y a la plaza que se fueron, al baile. Al día siguiente, muy temprano por la mañana los encontré dormidos en la la playa. No quise despertarlos pero Harlie, mi pastor alemán no tuvo problemas en echarles encima toda la arena que pudo. Josefina que adora a Harlie se despertó de buen humor y aprovechó para darse un chapuzón en el mar. Al melenudo de la moto no le hizo tanta gracia. Pero ¡qué coño! si había pagado la habitación ¿por qué había pasado la noche fuera de casa? Y además chupeteando a Josefina. ¡Que se joda!

Llegado el lunes yo esperaba que abonase el alquiler de la habitación y se marchara con viento fresco. Pero no era eso lo que el joven melenudo había planeado. Al parecer también le apetecía chupetear a Martita, la mediana. Hasta ahí podíamos llegar, menudo disgusto se llevó el fin de semana su madre por lo de Josefina, como para dejar suelto al melenudo y que además se beneficiase a Martita. Y es que las niñas hacía ya tiempo que venían sufriendo los picores de la edad. Con la excusa de que el melenudo pensaba prolongar su estancia decidí llevarle a que viera las tierras de mi familia. No es que yo las trabaje, tengo desde muy niño cierta propensión a huir del trabajo, sobre todo si es físico. Pero son de mi familia y ellos se encargan de repartir puntualmente los beneficios del arrendamiento del arrozal y del coto de caza. Así que aunque no las trabaje me dan de comer y alguna cosa más.

Al melenas le gustó aquello del campo. Debía ser un chico de ciudad porque puso los ojos como platos cuando bajamos del coche y vio la extensión encharcada donde se cultiva el arroz. O quizá no. A lo mejor puso esa cara porque saqué del maletero el rifle de cazar venados, lo cargué y se lo puse delante de las narices. Si, quizá fue eso. Y así fue cómo le enseñe el arrozal que me daba de comer y algo más.

Apenas tuve que preguntarle para que me contara de cabo a rabo su noche con Josefina en el baile. También me explicó, algo atropelladamente, lo serio de sus intenciones con Martita. He de confesar que casi me convence pero al final me puse serio.

Un par de semanas después de aquello, mientras volvía en el autobús de línea de aprobar el examen de conducir motos, pensé... - Para qué coño habrá venido el melenas de la moto –

L'orage

Una de Gerorge Brassens que viene bién para desengrasar y apetece a cualquier hora.


La tormenta

Habladme de la lluvia y no del buen tiempo
El buen tiempo me disgusta y me hace rechinar los dientes
El azul del cielo me pone furioso
Pues el amor más grande que he tenido aquí en la tierra
Se lo debo al mal tiempo, se lo debo a Júpiter
Me cayó de un cielo tormentoso.


Una noche de noviembre, a caballo sobre los tejados
Un señor trueno, con un ruido de mil demonios
Encendía sus fuegos de artificio,
Saltando de su cama en camisón
Mi vecina enloquecida vino a llamar a mi puerta
Solicitando mis buenos quehaceres


“Estoy sola y tengo miedo, ábrame, por favor,
mi esposo acaba de irse a realizar su dura tarea,
pobre mercenario desafortunado,
obligado a dormir fuera cuando hace mal tiempo
por la simple razón de que es representante
de una casa de pararrayos”


Bendiciendo el nombre de Benjamín Franklin
La puse en sitio seguro entre mis brazos cariñosos
Y luego el amor hizo el resto.
Tú, que siembras pararrayos por doquier,
¿Que no has puesto uno en tu propia casa?
Error no lo hay más funesto.



Cuando Júpiter fue a hacerse oir en otra parte,
La guapa, habiendo por fin conjurado su temor
Y habiendo recobrado todo su coraje
Volvió a su casa para secar a su marido
Dándome cita para los días de intemperie
Cita en la próxima tormenta.


A partir de ese día ya no he bajado la mirada
He consagrado mis días a contemplar los cielos
A mirar pasar las nubes
A acechar los estratos, a vigilar los nimbos
A rogarle a los menores cúmulos,
Pero ella no ha vuelto.


Su buen marido había hecho tantos negocios
Vendido tantas puntitas de hierro aquella noche
Que se convirtión en millonario
Y se la llevó hacía cielos siempre azules
Hacia países tontos donde nunca llueve
Donde no se sabe nada de los truenos.


Dios quiera que mi queja vaya, corriendo corriendo
A hablarle de la lluvia, a hablarle del mal tiempo
En el que estuvimos juntos
A contarle que cierto rayo asesino
En el centro de mi corazón ha dejado el dibujo
De una florecilla que se le parece.



http://www.brassensenespanol.net/lorage.html 

El final de Alisa.



Acababa de nevar. Un manto de impoluta blancura reflejaba los primeros rayos del amanecer. En aquel momento nadie esperaba la terrible pesadilla que estaba apunto de desatarse. Como cada mañana en Alisa la gente comenzaba el día perezosamente. Poco a poco las camas se desocupaban, las cocinas se calentaban, las ventanas se abrían. En fin, una mañana de invierno como otra cualquiera.

Los primeros en salir de casa eran los hombres. La mayoría eran campesinos dedicados a su tierra. Durante el invierno los días eran cortos y necesitaban aprovechar cada rayo de luz. Entre bostezos y guiando a los animales cada uno se dirigía a sus quehaceres. Una vez que los hombres habían marchado, las calles de Alisa volvían a la tranquilidad. No así las casas, pues las madres daban el desayuno a los niños que a duras penas aguantaban sentados delante del plato. La perspectiva de un día soleado tras la nevada nocturna tiraba de ellos con más fuerza de lo que eran capaces de aguantar.

Hacía dos meses que la escuela de Alisa estaba cerrada. Aquel año no pudieron contratar un maestro. Poca gente estaba dispuesta a pasar un invierno entero en aquel sitio perdido de la mano de Dios. Así que los niños casi con la comida en la boca salían corriendo de sus casas para pasar un día entero de juego. Las calles entonces se convertían en un ruidoso patio tomado por un buen número de críos. Se escuchaban gritos, se veían carreras, las bolas de nieve volaban de un lado a otro. Cuando unos se cansaban otros que empezaban. No se puede decir que Alisa fuera un sitio tranquilo aquel invierno.

Mientras sus hijos estaban fuera las madres se dedicaban a las tareas hogareñas. No había lujos en las casas así que a media mañana, sin mucho que hacer, las mujeres se reunían en la iglesia. Éste era el único sitio lo bastante grande como para albergar a un grupo de gente. Allí dejarían pasar el tiempo hasta el anochecer, cuando sus maridos regresaban del trabajo y los niños entraban en las casas pidiendo la cena.

Pero aquella mañana algo sorprendió a la gente de Alisa. A media mañana pudieron oír el resonar de mil cascos de caballo. Por todo el valle vieron cómo se desmoronaban las cumbres. Cientos de aludes corrieron de repente por las laderas más altas. Tal era el ruido que producían aquellos caballos en su galopada. Las madres salieron a la calle. Corrieron asustadas hacia sus casas mientras llamaban a voces a sus hijos. El galopar de aquellos caballos hacía retumbar el suelo. Los vecinos sentían cada vez con más fuerza la cercanía de aquello que se les venía encima. Algunos niños aparecieron, otros no. Era común que los chavales se adentraran en el bosque cercano a Alisa. Desde allí no podían oír la llamada de sus madres.

Antes de alcanzar sus casas el primer caballo entró en el pueblo. Un caballo de color marrón oscuro que se confundía con el negro. Con espuma en la boca y sudor que empapaba su lomo y sus cuartos. Lo montaba un hombre de pelo largo y grasiento. Vestía pieles a medio curtir y en la cintura, colgando, una espada de gran tamaño. La espada estaba manchada de sangre fresca mezclada con sangre seca. En los ojos tenía reflejada la locura de haber pasado meses en la batalla. Pero lo peor de todo estaba en su mano. Fuertemente agarrada por el pelo colgaba la cabeza cortada de uno de los hombres del pueblo. De su cuello todavía goteaba la sangre. Su expresión, entre miedo y sorpresa dejaba ver por la comisura su lengua amoratada.

Tras este jinete aparecieron unos doce más. Todos ellos, grandes como gigantes, montaban caballos de batalla igual de bestiales que el primero. Las mujeres quedaron petrificadas por el pánico, los niños se escondían detrás de éstas. A una orden del que parecía ser el jefe los jinetes rodearon el pueblo y fueron cerrando el cerco hasta reunir a todos en la plaza frente a la iglesia. Desmontaron y sin mediar palabra fueron degollando metódicamente a todos los niños reunidos allí.

Las madres en formación observaban histéricas el asesinato. Muchas saltaron la formación para intentar sacar de allí a sus hijos pero eran brutalmente devueltas a la fila. Una vez terminada la función, porque así lo llamaban los asesinos, dispusieron a las mujeres en grupos. Los hombres, por parejas, llevaron a los grupos de mujeres dentro de las casas. Allí se divirtieron con ellas, vaciaron las despensas y acabaron con la bebida. A medida que terminaron salieron a la plaza. Una vez estuvieron todos fuera montaron sus caballos y salieron del pueblo al galope. Nunca más volvieron a Alisa.

Al llegar el verano, cuando la nieve despejó los caminos, llegaron los primero mercaderes al pueblo. Cada año por estas fechas acudían algunos carros cargados de víveres, herramientas y ropa necesarios para la vida cotidiana. A cambio se llevaban los productos de la tierra de Alisa junto con las piezas de artesanía típicas de allí. Encontraron un túmulo de carne putrefacta frente a la iglesia. De las casas únicamente salía el hedor de la muerte. Nunca más volvieron a Alisa.

Viaje por Icaria



 

... los imbéciles no sentían la tiranía, los cobardes la toleraban, los codiciosos la servían; pero otros murmuraban y resistían...

Étienne Cabet

Tierra de nadie

...No perteneces a una facción
no crees en dogmas de religión
lo mas probable será
que creas solo en ti,
en tu propia fuerza.
No crees en banderas, prefieres luchar
por la madre tierra por la humanidad
no cavas trincheras en donde vivir
ni crees en consignas por las que morir...

(Barón Rojo)

Esclavos

Veo mucho potencial, pero está desperdiciado. Toda una generación trabajando en gasolineras, sirviendo mesas, o siendo esclavos oficinistas.La publicidad nos hace desear coches y ropas, tenemos empleos que odiamos para comprar mierda que no necesitamos. Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos, no hemos sufrido una gran guerra, ni una depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida. Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seríamos millonarios, dioses del cine, o estrellas del rock. Pero no lo seremos, y poco a poco lo entendemos, lo que hace que estemos muy cabreados.

Muerte de un Andrillo



"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad, cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
¡Es hora de morir!"


Nexus 6 Roy Batty.

Jimbo...


... su vida y su obra: "Una borrachera de talento que se desparrama página a página y canción a canción como una eterna eyaculación".


Ahí queda eso.

DOGVILLE

Vamos más allá:


GRACE: El universo sería mejor sin este planeta, desde luego.
PADRE: Sí. ¡Matadlos a todos y destruid el planeta!
GRACE: Todas las familia tienen niños. Mata a los niños y que lo vean las madres. Diles que te detendrás si aguantan las lágrimas. Lloran con demasiada facilidad.

Otro día de lluvia.

Nunca he podido dormir las noches de lluvia. Desde que tengo uso de razón me ha resultado imposible cerrar los ojos. Disfrutar de ese momento en que te dejas llevar y pierdes la noción del tiempo al llegar a tu mundo. Tu mundo de sueños, ese en el que no hace falta aspirar a nada porque ya eres quien quieres. O no. A veces, muchas veces, eres un monigote en medio de Madrid... o Barcelona, París, Londres, Berlín. Qué más da. En medio de algún sitio hostil que no conoces. Al menos ese es tu sitio por esa noche y es tuyo, de nadie más.

El sonido del agua golpeando el cristal de mi ventana, el viento que empeñado en hacerse escuchar azota los arboles de la calle. En ese momento, con los ojos abiertos sin remedio, el mundo se entromete en mis sueños. Obligado a permanecer en vela durante horas miro al techo, miro alrededor, al armario de luna, ojeo un libro. Tan cansado estoy que ya en las primeras letras se me cierran los ojos. Dejo el libro sobre la mesilla ya no puedo volver a cerrarlos.

Mi estómago decide que es hora de protestar. Una bocanada de ácido me viene a la boca. Con una llama que me sube por el pecho doy por perdida la batalla. Salgo de la cama, son las cuatro. No he dormido y me duele todo el cuerpo, mis entrañas arden mientras los jugos gástricos campan a sus anchas dentro de mí.

Me asomo a la ventana y puedo ver entre las gotas que impactan contra el cristal que los árboles de la calle cimbrean a merced del viento. Observo pasar a un grupo de chavales. A pesar de la noche de perros tienen ánimo de andar de aquí para allá. Deambulo por la casa hasta que despunta el alba. Suena el despertador, otro día de lluvia.


De amor y de calle...

Debemos dar las gracias a Roberto Iniesta, componente de Extremoduro, por ofrecernos tantos ratos de disfrute con sus letras. Ahí van un par que son de las que más nos gustan.

Amor Castúo
Paso las horas sin comer,
pinto la vida sin papel,
vuelo en el aire sin motor.

Primero rompo el corazón,
de un mundo que no puedes ver.

luego me vuelvo a mi rincón
encerrado en mi habitación,
creo que ya salgo
me cargué de un cabezazo la pared.
Me levanté hasta los huevos de vivir
te vi pasar y ahora ya vuelvo a sonreír.
Pasar querría el día junto a ti
Hoy me soñé al despertar que te follaba sin parar
siempre lo mismo y desperté,
ya no me vuelvo a masturbar.
Y así me paso el día entero, o estoy mejor que bien
y tengo el mundo entero a mis pies.
O tengo dentro mil infiernos,
y se me cae la piel a cachos,
y a veces pierdo
y a veces pierdo la razón.
Me levanté, hasta los huevos....


Ni Príncipe ni princesas
Arrancada, pobre flor,
sólo buscaba algo mejor.
desgarrada,
sin amor,
nunca vendió su corazón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
engañados,
no sé por qué,
yo me lo creo y tú también.
qué bonito,
qué ilusión,
cómo me duele este ulcerón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
mis ventanas muros son:
ni tengo puertas ni balcón.
no te pares a oír mi voz,
voy derechito a un paredón.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.
de una patada rompo el sol.

Dos extraños

Era un día de esos de finales de otoño. El cielo, de color gris plomizo, estaba encapotado. La poca luz que conseguía abrirse paso entre las nubes apenas arrancaba alguna sombra. Por la calle se veían hombres enfundados en abrigos grises y con paraguas negros en la mano. Los hombros encogidos por el frío y el paso rápido. Las mujeres no daban el toque de color que suelen dar en primavera con los vestidos cortos y coloridos, no, iban y venían con prisa. Saltaban los charcos dando pequeños saltitos, algo acrobáticos debido a los zapatos de tacón que estaban tan de moda.


Llego a casa y la encontró enfrascada en algún quehacer en la cocina. - Hola cariño - Nada, ninguna respuesta. Se daba cuenta de que seguía llamándola cariño por la fuerza de la costumbre. Llamarla por su nombre le habría resultado extraño. Se dirigió a su cuarto, donde ya sólo compartían cama dos extraños. Tomó la maleta en la que había guardado algunas cosas, las imprescindibles y salió por la puerta. - Adiós cariño, suerte... - Nada, ninguna respuesta.

Ya en la calle, caminando hacia otro destino, se dio cuenta de que muy lejos, donde apenas llegaba la vista, entre las nubes. Un pequeñísimo rayo de luz comenzó a iluminar las hojas que se llevaba el viento.